“Si con fuego tu parcela pretendes limpiar, el aire que respiramos vas a empeorar”
México cuenta con una superficie territorial de 198 millones de hectáreas, de las cuales el 11% es de cultivo (SAGARPA, 2013). Durante la actividad de cosecha agrícola, después de levantar la semilla o fruto, queda biomasa o rastrojo que por práctica común es quemada para dejar la superficie libre para preparar la siguiente siembra.
El proceso de quema de biomasa ocasiona, por una parte, que se generen contaminantes a la atmósfera, como es el monóxido de carbono (CO), óxidos de nitrógeno (NOx), compuestos orgánicos volátiles (COV) y material particulado. Estas quemas y los incendios forestales que se propagan a partir de éstas son la mayor fuente de carbono negro del mundo, una amenaza tanto para la salud humana y ambiental.
El carbono negro es un componente de las partículas finas PM2.5, un contaminante microscópico que penetra profundamente los pulmones y el torrente sanguíneo. Las PM2.5 aumentan el riesgo de morir por enfermedades cardíacas y pulmonares, derrames cerebrales y algunos cánceres, males que provocan aproximadamente 7 millones de muertes prematuras cada año. Tan solo en Mexicali, las quemas agrícolas ocupan el primer lugar en la fuente de emisión de este contaminante, con el 27.3%.
El carbono negro también es un contaminante climático de vida corta, lo que significa que, aunque persiste en la atmósfera sólo durante unos días o semanas, su poder de acelerar el calentamiento global es de 460 a 1.500 veces más fuerte que el del dióxido de carbono.
Irónicamente, lejos de estimular el crecimiento, la quema agrícola en realidad reduce la retención de agua y la fertilidad del suelo entre 25% y 30% y, por lo tanto, requiere que los agricultores inviertan en soluciones costosas para compensar el daño. El carbono negro también puede modificar los patrones de lluvia, especialmente el monzón asiático, lo que interrumpe los eventos climáticos necesarios para apoyar la agricultura.
Un método sustentable para la utilización de la biomasa, sin tener que quemarla, es la labranza de conservación, que consiste en un sistema de laboreo que realiza la siembra sobre una superficie del suelo cubierta con residuos del cultivo anterior, con lo cual se conserva la humedad y se reduce la pérdida de suelo causada por la lluvia y el viento en suelos agrícolas con riesgo de erosión. Este sistema mantiene por lo menos un 30% de la superficie del suelo cubierta con residuos de cultivos (rastrojo) después de la siembra. Los residuos pueden provenir de cultivos forrajeros, de cobertura de invierno, o de un grano pequeño (SAGARPA, 2013). Esta técnica permite la conservación y la capacidad productiva del suelo, aumenta el rendimiento, reduce los costos de producción y la emisión de contaminantes a la atmósfera.
Fuente: